Si Isaac Newton, cuya brillantez académica sólo rivalizaba con su descomunal egoísmo y su mezquindad como ser humano, hubiera sabido que sus postulados científicos mantendrían una vigencia de 300 años y que después serían destronados por un grisáceo burócrata de segunda que había conseguido su empleo en la oficina de patentes de Berna, Suiza, debido a su incapacidad para obtener cualquier cátedra en diversas universidades europeas, sin duda se habría sentido muy disgustado. Pero si el inventor del Cálculo Infinitesimal hubiera sabido que aquel sujeto ─un judío renegado que había renunciado a la ciudadanía alemana para evadir el servicio militar simplemente porque odiaba el militarismo prusiano─ no dominaba las matemáticas lo suficiente como para respaldar sus propias teorías, al grado de verse en la necesidad de recurrir a la ayuda de matemáticos mucho más competentes que él ─su esposa Mileva, entre ellos─ durante toda su vida, posiblemente Sir Isaac hubiera sufrido un devastador ataque de bilis.
Es inevitable imaginar lo anterior cuando uno lee "Einstein, su vida y su universo", de Walter Isaacson. Antiguo “chief editor” de Time Magazine y biógrafo de Henry Kissinger, Benjamín Franklin y Leonardo, Walter Isaacson es sin embargo conocido popularmente por su extenso libro "Jobs", la celebrada biografía del fundador de la empresa Apple, escrita por encargo de este último y en la que, asegura el autor, el genialoide empresario de Cupertino no interfirió ni ejerció censura “de ninguna índole”. Claro, claro. No podía decir otra cosa, ¿verdad? Su experiencia en el mundo editorial es lo bastante extensa como para saber que cualquier biografìa con la etiqueta de "autorizada" es sospechosa de complacencia y, por consiguiente, veneno puro para las ventas.
Describir para el público profano, en lenguaje llano y accesible, una vida como la de Albert Einstein, tan íntimamente vinculada a complejos conceptos físicos y matemáticos, resulta en un reto no menor habida cuenta que la mayoría de la gente no sólo es indiferente, sino incluso repelente, a ese tipo de planteamientos. El cosmólogo británico Stephen Hawking se quejaba de que antes de escribir su famosa "Breve historia del tiempo" ─la obra de divulgación científica más famosa de la actualidad─ sus editores le advirtieron que por cada ecuación que incluyera en su libro recortaría las ventas a la mitad. Sin embargo, y al menos durante su etapa más productiva, Einstein no contemplaba sus teorías en forma de ecuaciones matemáticas, sino de manera visual ("experimentos mentales" como los llamaba él), en imágenes y analogías ─sujetos lanzando proyectiles dentro de vagones de ferrocarril que viajan a velocidades cercanas a la de la luz, niños montando rayos luminosos, cubos de ascensor en caída libre, etc.─ fácilmente manejables para quien sabe utilizar el lenguaje y elaborar descripciones como, a mi modo de ver, es el caso de Isaacson. La principal dificultad para divulgar conceptos tales como la Teoría de la Relatividad no reside, pues, en la inexpugnable muralla matemática inherente a los mismos, sino en la resistencia de la mayoría de la gente a imaginar cosas ajenas a su intuición y experiencia. En esa medida, "el sentido común" acaba erigiéndose como el principal lastre de la imaginación y la curiosidad. Al final, y tal como lo hiciera años antes Stephen Hawking no sin antes exhortar a la mitad de sus potenciales lectores que no le abandonasen, Isaacson sí incluye una sola ecuación: la célebre E=mc² (la energía latente en todo cuerpo es igual a su masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz), tan elegante, sencilla y accesible que a cualquier estudiante de Conalep le queda clarísimo que, si la velocidad de la luz es de 300 mil kilómetros por segundo, el producto de la antes mencionada operación matemática asciende… pues a muchísimo: un kilogramo de cualquier material contiene la energía suficiente para generar la electricidad requerida por toda la Ciudad de México y municipios conurbados durante varios días...
Pero la vida de Einstein trasciende mucho más allá de la curvatura espacio-tiempo. La complicada relación con su madre, su escandaloso divorcio de Mileva Marič (una chica serbia, más bien feucha y patizamba, quien anhelaba convertirse en científica de renombre y que acabó cuidando chamacos y tolerando las calaveradas de su cada vez más pandroso y greñudo marido), su incestuoso matrimonio con su prima-hermana Elsa, su distante relación con sus hijos (a la primogénita simplemente la dio en adopción y al benjamín, Edouard, lo abandonó en un manicomio), sus decididas convicciones pacifistas que le acarrearon la animadversión de no pocos amigos y colegas alemanes ya seducidos por la ideología nazi (como el Premio Nobel Philipp Lenard, quien desdeñó los postulados de Einstein tachándolos de “física judía”, en contraposición a la Deutsche Physik representada por él mismo y quien acabó sus días como asesor científico de Hitler), su repudio total a cualquier cosa que oliera a nacionalismo, su judaísmo sin inhibiciones ni complejos que le llevó, incluso, a burlarse de los "asimilacionistas" (judíos alemanes que, ansiosos por integrarse totalmente a la cultura germana y de ser aceptados por ésta, renegaban de sus raíces e incluso abrazaban el cristianismo y quienes, con pocas excepciones, acabaron en los hornos crematorios nazis) y debido al cual le fue ofrecida la presidencia de Israel, un cargo más bien ceremonial (en aquel país es el Primer Ministro, y no el Presidente, quien ejerce el poder) y que él rechazó cortésmente, entre otras razones porque hubiera interferido en su libertad para decir exactamente lo que pensaba, y porque le obligaba a trasladarse de su amada Princeton hacia Tel-Aviv; la rebeldía juvenil que le llevó a concebir la Teoría de la Relatividad y a establecer las bases de la Mecánica Cuántica, su conservadurismo gerontocrático con el que décadas después acabó oponiéndose tercamente a ella bajo el argumento de que "Dios no juega a los dados"… son sólo unas pocas pinceladas que conforman el retrato del hombre que influyó decisivamente en el pensamiento contemporáneo y que Walter Isaacson ─quien afirma haber obtenido “por primera vez” acceso total a los Einstein papers, el archivo completo del científico biografiado─ ha sabido trazar con amenidad y solvencia, si pasamos por alto su descarada y fastidiosa, aunque de alguna forma comprensible, apología de la psicología y la cultura del pueblo y gobierno estadounidenses, con los que Einstein se relacionó íntimamente durante los últimos veinte años de su vida y con los cuales no siempre estuvo de acuerdo.
Una muy recomendable lectura. La disfruté intensamente.